viernes, 21 de febrero de 2014

De Valencia a Londres. ¿Pésimo recorrido para un sueño? (I) Tú eres tú y tus sentimientos.

Cuando iniciamos un viaje solemos marcarnos un destino. Puede ser algo tan simple como una ciudad, un punto geográfico, o tal vez, como ha sido mi caso, un objetivo. A diferencia de cuando puedes situarte en un mapa y decir ya he llegado, si el final es un objetivo o claudicas y te das por vencido, o continúas hasta que te mueres o lo consigues. En mi caso todavía no he tirado la toalla y como puedo escribir debo seguir vivo. Así que os voy a contar un poco la experiencia que viví en Valencia, y que fue lo que me hizo coger un vuelo y presentarme en Londres persiguiendo una utopía.

Intentaré que la lectura sea lo más agradable posible. Pero ya se sabe, los autores novatos a veces parece que caen en un exceso de florituras y adornos, del que adolecen los ya consagrados.

Tú eres tú  y tus sentimientos.

“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” es una de las ideas más conocidas de Ortega y Gasset. Pero para mí las circunstancias están provocadas por los sentimientos. El primero de ellos el de los padres, al conocerse y acabar haciendo nacer un nuevo ser. Por eso no se puede empezar a compartir lo que he hecho, sin dar a conocer un poco como soy. En esta primera entrega hablaré un poco sobre mí. No es por ser pedante, egocéntrico o narcisista. Pero debe entender el que esté leyendo que si alguien es capaz de dejar todo lo que tiene, sea poco o mucho, y emprende un viaje como el que estoy realizando, no lo hace sin contar con unos sentimientos y una empatía de los que, tal vez, otras personas carecen. Sin explicar que me impulsa, el motivo puede malinterpretarse.


La empatía.

En estos días, tanto en el juzgado como en el hospital mental, me han preguntado varias veces si oigo voces. No, nunca he escuchado la voz de dios en mi cabeza. Si existe, no creo que se dedique a hacer ese tipo de cosas. Los que las oyen, o "toman demasiao" o toman demasiadas pocas pastillas para la esquizofrenia. Pero si que puedo decir que mi grado de empatía a veces supera mi parte intelectual. Quiero decir con eso que el dolor que siento cuando "humanizo" ciertos elementos de la naturaleza si que es real. A veces me gustaría ser como los psicópatas, sin sentimientos y con escasa empatía. Poder ver como hacen padecer a un cordero para sacrificarlo por el método "halal" y no sufrir tanto como él puede en algunas ocasiones ser un alivio. Si tuviese que repartir alimentos en un momento de carestía no lo dejaría en mis manos. Seguramente las de algún buen amigo mío serían más adecuadas.
Ya podeis imaginaros si soy así con el dolor de la naturaleza, como debo sentirme con el sufrimiento de mis semejantes más cercanos, los seres humanos. Me ha venido a la memoria el 11-S. Ese día el mundo vió como morían en unos segundos casi 3000 personas. Pues yo creo que sentí el dolor de las tres mil en esos momentos. No fue un dolor físico. Pareció más como si se hubiese desgarrado una parte de un ser colectivo, y lo pudiese haber notado en mi interior.
Tales emotividades han hecho que me fuera imposible quedarme quieto, o simplemente volver a mi casa a intentar seguir con mi vida después de las casi dos semanas que pasé en Valencia.


La indigencia provocada.

Aunque en cantidad si que supera el número de gente indigente que conocí durante esas semanas, no fue la primera ocasión en la que convivo con alguien con problemas de hospedaje. Ya en el pasado he acogido a indigentes en mi casa. Fué más fácil mientras estaba solo y el lugar donde alojarlos corría de mi cuenta. No debía dar explicaciones a nadie. Cuando he tenido pareja la cosa ha sido más difícil. Y por supuesto cuando no dispones de casa propia donde ayudar a alguien, compartir una habitación con personas alejadas en grado de familiaridad no es sencillo.

Pero anteriormente comparti casa con varios, e incluso a uno le conseguí un trabajo, que por cierto abandonó a la semana. No es fácil ayudar a la gente que lleva tiempo en la calle. La calle te va consumiendo lentamente, hasta hacerte cambiar. Y como se apartan de la sociedad, volver a ella supone volver a aprender a convivir. Para quien ha tenido que lavarse en una fuente en el río, mirando a su alrededor para que cuatro niñatos no le peguen, o evitar que le roben lo poco que puede cargar a sus espaldas cada día consigo, mirar a los demás a la cara de igual a igual les resulta muy difícil. Mantener un trabajo más.
A los últimos que intenté ayudar, al menos alquilándoles una habitación que en otras circunstancias no hubieran podido obtener, me ¿"decepcionaron"?. No pasa nada. En el libro que me acompañó durante todo el viaje en Valencia, y que podéis encontrar en la editorial "Antinea", "Solidaritat" hay un breve relato donde deja bien claro que ser solidario no supone que el "KARMA" te va a tratar mejor por hacerlo. La lástima es que su protagonista no supiese aceptar ese hecho, y ...ostras, estaba haciendo un spoiler. No, si quereis saber que ocurre compradlo o buscadlo. No se si está por internet, pero la recaudación es para "Caritas", así que mejor lo comprais, ¿no?
Bueno, como iba diciendo, los últimos personajes a los que intenté ayudar me dejaron un desfalco entre luz, agua,  deudas por alquiler y por encima de todo la pérdida de confianza con el casero y amigo, que hicieron que decidiese abandonar mi habitación en ese domicilio y marcharme a otro. Ya había sido subastado. Disponía todavía de las llaves, pero por falta de pago habían cortado el suministro eléctrico. A partir de entonces, en cierto modo ya me había convertido yo también en un indigente.

La preparación.
Como comprendereis, en navidades, querer estar con mis hijos durante unas fiestas tan señaladas en dichas circunstancias (sentimientos) no fué una idea que pasase por mi cabeza. Me pareció adecuado pasarlas en solitario, pero lejos de ese lugar. Lejos de mi otra familia, madre y hermanos. Y lejos de mis amigos también. La felicidad a mi alrededor no es que me molestase, pero si que me agobiaba un poco. Me marché el día 23 a Valencia, en mi coche (mio no, del estado, está embargado) , un seisento, que por espacio de dos semanas me sirvió de alojamiento.
Quien haya usado o tenga un vehículo de ese modelo sabrá que no es lo que se dice un coche grande, pero me las arreglé para meter una especie de cama, en la parte trasera, donde en la diagonal cupe tranquilamente sin esfuerzo. Con los cojines de un sofá como colchón y par de edredones para no pasar frío me dispuse a pasar algo de tiempo en la capital del Turia.

La barba que llevaba creciendo de un par de meses, hacía que todo el mundo me preguntase que porque me la dejaba. Mi respuesta era siempre la misma, "Con lo gordo que estoy, en la puerta del supermercado nadie me dará nada, así que me dejo la barba para dar más lástima". Puede parecer que no, pero una frase repetida cientos de veces hace mella en la consciencia. Al final el viaje a Valencia se había convertido en un "Voy a ver que tal se vive debajo de un puente".

La partida
Cargando con algo de ropa, el dinero que tenía, cerca de 200 euros y todo el tiempo que te permite saber que no vas a necesitar nada que no puedas conseguir en la calle, partí hacia mi destinación. Para quien quiera saberlo, y para los que no, pero estén leyendo, diré que la elección de Valencia como destino fue tan casual como el resto de acontecimientos. Lo decidió un libro que compre por 5 euros en un rastrillo y que trataba sobre la arquitectura mediaval en el Reino de Valencia. A la misma distancia de mi punto de partida está Barcelona, y seguramente sin haber encontrado ese libro el "destino" me hubiese llevado a esa u otra ciudad, en otro tiempo, y ocasionando otro futuro. Tal vez el final sea el mismo con cualquier camino que elijas, pero si no es así, no me arrepiento de que el libro fuese tan barato.

Continuará....
















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