domingo, 12 de octubre de 2014

Apocalipsis Gaudiano. Parte I

2014 The End. Así llamé a la performance sobre los diferentes escenarios que se podría encontrar la humanidad  antes de pasar a convertirse en restos arqueológicos para futuras civilizaciones. Precedió a 2014 The Begining (la performance por la que me detuvieron) y duró desde antes de mi viaje, que inicié en Barcelona, hasta la colocación de las dos bombas biológicas en Londres, a las que no le hicieron el menor caso. Las bombas fueron una caja de pizza y una maleta de viaje, bastante llamativas las dos cosas, con letreros amarillos de "Danger". Situé una en la entrada de una sede judicial y otra en una esquina de una céntrica calle londinense. Dejé unas notas indicando que había peligro biológico en su interior. Pero la paranoia de los británicos parece ser que únicamente es con los paraguas.
El revuelo generado estos días por la propagación del virus ébola me ha hecho volver a recordar aquellos hechos, la falta de atención que se le dieron a los mensajes de alerta que dejé por muchos lugares del mapa urbano londinense, incluidos underground, buses y mcdonalds,  y tratar de escribir un cuento corto sobre el tema. Espero que os guste. Lo he titulado "Apocalipsis Gaudiano", y como su nombre quiere indicar transcurre de aquí a unos meses en la capital catalana.


 Apocalipsis Gaudíano.

El encuentro


Abdul cogió el móvil de la mesilla. La luz parpadeante le mostraba que tenía un mensaje pendiente. El ring asignado le había hecho levantarse inmediatamente de la cama. Su dedo índice se deslizó por pantalla. Sí, era de Sayf . Apretó encima del contacto y apareció un simple "Hola".
- ¿Ya has llegado? - Escribió.
Unos instantes y el timbre volvió a sonar.
- Sí, ya estoy en el aeropuerto. ¿Puedes enviarme la dirección?.



- ¿No prefieres que vaya a buscarte?
- No, dame tu dirección. Cogeré un taxi.
- Meridiana, 307, septimo B. Es muy conocida, no tendrás problemas para encontrarla. Te envío la posición.
- Correcto. Nos vemos en un rato.

Dejó otra vez el móvil en la mesilla.  A su lado estaba la foto de aquel verano en El Cairo. Sayf y él, subidos en el camello con las pirámides al fondo. ¡Oh, que verano!. Se acordaría de todo lo que pasaron juntos. No lo sabía. 10 años eran demasiados para no olvidarse de algo.
Cuando hace unos días había recibido un mensaje por whatsapp no se lo podía creer.
-¿Sayf? Imposible.

Fue el primer pensamiento que tuvo. Tras unos breves saludos y algunos comentarios divertidos de anécdotas pasadas, le había contado que tenía problemas con su familia, que quería volver a España, para intentar comenzar de nuevo. Por supuesto Abdul no lo dudó. Él vivía solo. Su piso, en Barcelona, era bastante grande. De las tres habitaciones la mayor la usaba como dormitorio y otra la había convertido en su trastero personal. Pero la tercera estaba libre y amueblada. Un armario que debía rondar los 100 años hacía juego con la cabecera metálica de la cama y la colcha, estilo años 30, que dejó el anterior inquilino. Se la había ofrecido asegurándole que iba a estar feliz de tenerle como invitado. Y Sayf, tras unos cuantos mensajes haciéndose un poco de rogar, le acabó enviando un "Vale, de acuerdo".

Desde esa confirmación solo pensaba en el reencuentro. Su único temor era el dinero. Barcelona no es una ciudad económica para vivir. Y él no tenía un trabajo estable desde hacía mucho tiempo. Iba haciendo apaños y trapicheos de vez en cuando, algo que le permitía pagar la renta y comer. Pero un invitado le preocupaba. Sayf le había insistido en que ese no iba a ser un problema. Abdul sabía que era cierto. La familia paterna de su amigo disponía de negocios en la capital egipcia, además de inversiones en varios países. Pero él no quería dar la sensación de pobre. Bueno, ya vería como lo solucionaba. De momento le quería en su casa.

Comenzó a pensar.  A su mente vino el primer día de universidad, hacía ya 12 años. El día que vio a Sayf por primera vez.


El ruido del interfono le sobresaltó. Miró el reloj del teléfono. Ya habían pasado 45 minutos. No le había dado tiempo a recordar casi nada, ni siquiera de lo del Cairo, pero ya estaba allí. Corrió por el pasillo. Al llegar a la entrada cogiendo el auricular dijo:

- ¿Si?
-¿Abdul?. Soy Sayf.
De verdad era él. Su voz grave con un ligero acento era inconfundible.
-Sí, te abro.

El plan

La luz intensa de la mañana que entraba por su ventana le había hecho despertar. El dolor de cabeza fue lo primero que notó, tras abrir los ojos y cerrarlos de inmediato. Le pareció que le iba a estallar. Intentó levantar un brazo para tocarse la frente, pero algo se lo impidió. Al tratar de girar el resto de su cuerpo noto algo raro. No podía moverse. Levantando lo que pudo la cabeza vio sus tobillos sujetos con sendas correas a los pies de la cama. Giró la cabeza. Le dolía. Era como si cada neurona de su cerebro fuese una chincheta clavándose a su vecina. Pero pudo ver su muñeca derecha amarrada. Intentó mover la izquierda, girando rápidamente la cabeza para mirar, solo para darse cuenta de que era inútil. Estaba sujeta. Intentó gritar. Pero sus oídos levemente pudieron oír un gruñido. Hasta ese momento no lo había notado. No podía hablar. Estaba amordazado.
¿Que le estaba pasando? Recordaba los abrazos de bienvenida, las risas durante la cena, el postre regalo de su amigo y después su mente era como una página en blanco. Hasta ahora.
En un arrebato intentó tirar de sus ligaduras ferozmente, pero lo único que consiguió fue un dolor por todas sus articulaciones. Trató de gritar, con idéntico resultado para su garganta. Parecía que todo era una broma pesada de su amigo. ¿Donde estás Sayf? Vociferó, sin que ninguno de esas palabras pudieran convertirse en un sonido audible en la distancia.
Abdul siguió intentando liberarse, pero a cada giro de muñecas le seguía el dolor. Dolor en su cuerpo, y dolor en su corazón. El que creía su amigo le había secuestrado.
No supo determinar el tiempo que transcurrió hasta que oyó el primer ruido detrás de la puerta de su habitación. ¿Media hora? ¿Tal vez una?. El sufrimiento no le dejaba razonar ni por supuesto medir el tiempo sin una referencia fiable. No mucho más, seguro. Sonrió. Casi soltó una carcajada pensando en su liberación.

-Una broma muy pesada, Sayf, muy pesada.- se dijo. 
-Ven a soltarme, rápido. - susurraba su mente, a sabiendas que su voz no era audible.

Se tranquilizó. No sabía que decirle, pero sí lo que iba a hacer. Le iba a soltar un sopapo. O mejor, un puñetazo bien dado. Con la primera mano que le liberase iba a partirle la cabeza.

Pero dejó de pensar en el momento que oyó abrirse la puerta. Tras ella, a contraluz, pudo verle de nuevo. Era un individuo de estatura media, metro setenta y tantos, bastante delgado, de tez clara y unos rasgos bastante occidentales. Los había recibido de su madre, una traductora sueca que estuvo acompañando a una embajada comercial hacía unos 35 años en Egipto. Allí conoció a Ahmed Ozesh, desde entonces su marido y padre de Sayf. Abdul recordó que su nórdica herencia siempre les había ayudado a no tener problemas con los matones de las puertas de los locales nocturnos, además de conseguirles abundantes conquistas en su interior.
Se imaginó por un breve instante reventándole esa cara. Pero intentó no hacerlo más y relajarse. Sabía que debía estar calmado. Tal vez le dejase explicarse primero. Sí, que le explicase a que había venido esa absurda broma. Y después, sí. Tan pronto pudiese el tortazo.



- Abdul - Oyó decir a Sayf
- Lo siento, pero vas a tener que estar unos días aquí, en la cama. Te necesito para un proyecto. Tengo un plan en el que vas a ser parte de una forma digamosle "vital".

Abdul comenzó a percibir un olor extraño. Le recordaba a algo, pero no sabía a que. La figura de Sayf, acercándose con un pañuelo en la mano pasó a ser completamente visible, y el olor cada vez más familiar. Cloroformo, a eso olía. No tuvo tiempo de nada más. La tela empapada en la sustancia química estaba tapándole la cara. Mientras se adormilaba pensaba en una serie que había visto por televisión. Allí el asesino anestesiaba a sus futuras víctimas con etorfina. Por curiosidad había averiguado que esa droga, de uso veterinario, era letal en humanos. Era un alivio saber que el método de su amigo no le mataría.


La confesión


- Abdul, despierta.-dijo Sayf  desde los pies de la cama.

Sayf sabía que Abdul llevaba algo más de una hora despierto, sin abrir los ojos. Estaba intentando encontrar una razón. Y no podía entender nada. Los motivos que le venían a la cabeza eran surrealistas algunos, descabellados otros. Habían sido buenos amigos. No conseguía recordar nada por lo que él tuviese rencor o deseo de venganza contra su persona. Ni contra su familia. Sus padres eran casi tan pobres como él. No tenían más que un pequeño negocio de alimentación Halal, en el sur de España. Un rescate era imposible de pagar si es lo que buscaba. ¿Qué otra cosa podía querer? ¿Por qué él? ¿Le torturaría? ¿Le mataría?.

- Abdul, despierta.- repitió esta vez con mayor potencia.

Abdul había estado ojeando antes a su alrededor. Su boca seguía tapada por algún tipo de mordaza adhesiva, y los brazos y pies inmóviles. Pero la visión y la cabeza estaban libres. Ya había podido ver lugar donde tenía una sonda inyectándole suero en su cuerpo. Parecía estar conectada también a una botella con algún sedante, este de momento sin vaciar su contenido. No había cambiado nada en la habitación, aparte del maldito soporte rodante para la sonda.  Así que cuando abrió los ojos fue para mirar a Sayf, poniendo la mirada fijamente en la cara que para su sorpresa parecía querer mostrarle simpatía.

- Vaya, estabas despierto.
- Pareces enojado. Lo entiendo. Sabes, es normal. Pero cuando te lo explique lo entenderás, y tu también verás, como estudiante de biología, lo importante que vas a ser en el éxito de la misión.

Sayf se refería a sus dos años de carrera en la universidad de biología de Barcelona. No había podido acabarla debido a los problemas económicos de su familia. Tras un primer año con un excelente expediente, sus necesidades económicas le hicieron tener que salir a buscar su primer empleo. Su beca hubiese sido válida, excepto por su elección de facultad. Como supo a los pocos meses de estar en la ciudad condal, la asignación pública no era suficiente dinero para subsistir de ella allí. Al tener que trabajar y estudiar al mismo tiempo, sus notas bajaron, no permitiéndole obtenerla de nuevo. Tuvo que abandonar al año siguiente. Había intentado volver a retomarla en varias ocasiones, pero nunca reunía suficiente dinero. Al final claudicó y desistió de su sueño. Sayf, sí acabó. Él no había tenido ese problema, y pudo finalizarla. Pero desde ese segundo año habían perdido el contacto, después del fin de curso y las vacaciones que realizaron juntos. Ahora estaba allí, junto a él, recordándole su fracaso y diciéndole que iba a entender. ¿Entender qué?.



- Has estado durmiendo mucho tiempo. 10 días casi.

Haciendo una pequeña pausa para pensar que iba a decir, Sayf continuó hablando

- Tú conoces el ébola, ¿verdad?.

La mirada de Abdul se nubló, ¿ébola? ¿El virus? ¿A qué se refería?

- Y sabes lo que es una cobaya y para lo que sirve.

Abdul tragó saliva. Tener que experimentar con cobayas siempre había sido su fobia. Pensar en los pequeños animalitos sufriendo y muriendo para poder estudiarlos le aterraba. Pero convertirse él en una parecía aún peor pesadilla.

- Necesito tiempo, y tú vas a dármelo. Me infectaría yo, pero si lo hago así no podré realizar mi plan. Alégrate Abdul, me vas a ayudar a propagar el virus por todo el mundo. Te convertirás en un shahid. Te convertirás en un mártir.

No, el no era musulman. Al menos no fanático. Pero quien era ese tipo que le decía esas palabras. Sayf tampoco era islamista. Juntos habían tomado alcohol por toda Barcelona, y en El Cairo. Y de aquellas fiestas en Sevilla se acordaba que acompañaban los trozos morro frito con jabugo. Y se habían ido a varios clubes  a alternar para acabar muchas noches, y ... y .. .iba a morir. Por Diós, iba a morir en manos de un loco islamista.

























































miércoles, 8 de octubre de 2014

De Valencia a Londres. ¿Pésimo recorrido para un sueño? (V). Una performance alternativa

Barcelona, octubre de 2014. Llevo casi un mes en la capital catalana. Ese es el tiempo que me ha costado repostar energía y poder volver escribir algo en el blog. El minutero del reloj ha sido impasible viendo como he digerido poco a poco las vivencias surgidas durante los más de 4000 km recorridos a pie, en bicicleta y transportes públicos. Algo más de tres meses de mi vida en continuo movimiento han dejado una huella tanto física como mental. Y no está siendo fácil recuperarme anímicamente.

Pero en este post no quiero hablar del viaje en la búsqueda de un primer proyecto económicamente viable.
Las vivencias de las navidades en Valencia fueron demasiado intensas y no arrancar el primer post de esta nueva etapa con ellas me parecería un equívoco.


Si pude iniciar un viaje casi sin pertenencias personales fue gracias a que durante esos días me desprendí de la gran mayoría, de todo aquello que no necesitase para el trayecto a Londres. Para hacerlo, como dentro de una performance puede introducirse otra, si no supera a la primera en tiempo, se me ocurrió una idea original y divertida para realizar durante una noche. Además reforzaría la performance original.
¿Que hice? Volver a mi casa, a la que estaba, y sigue estando, embargada por el banco pero de la que aún dispongo de llaves, recoger todas mis cosas, meterlas en mi minúsculo coche (imaginad cuantas cosas poseía) y regresar con ellas a Valencia.


Performance Alternativa "El nacimiento de la Solidaridad"


Para empezar con la actuación saqué todo lo que había conseguido meter en el coche. Lo deposité en la acera, una cualquiera de la ciudad. No me acuerdo ni del nombre de la calle, no era lo importante. El espacio si, ya que necesitaba montar la cuna. Sí, habéis leído bien. Una cama cuna. Me la había regalado mi amigo Agustín. A él le molestaba y me la dio unos meses antes en Barcelona. Yo me la traje a la casa de La Ràpita, donde la utilizó mi hija  durante los días que pasaron allí el verano pasado y al final acabó desmontada. Abandonada en un rincón.
La intención era armar la cuna, meter todo aquello que no fuese a necesitar en ella y pasear por toda la ciudad hasta la plaza de L'Almoina, donde la dejaría para que todo el que quisiese se llevase lo que le gustase o necesitase.
Así que me puse manos a la obra.Disponía de algo de agua y comida, porque la noche iba a ser larga y fatigosa. Puede parecer que habían pocas cosas, pero al ser una performance fotográfica, cada elemento iba a ocupar un lugar especial, con significado. De otro modo solamente hubiese ido tirando a la cuna lo que no quisiera y listo. Pero no. Hubo un trabajo oculto tras la mala calidad de las fotos. Con cada idea surgida al analizar la necesidad del objeto dibujé un pensamiento en el suelo de aquel rincón valenciano y realicé una fotografía. Transmitir que mensaje hay en cada una es algo ahora difícil de explicar con palabras. Tampoco la memoria con su sistema ineficiente de mantener los recuerdos ayuda a relatar la totalidad de la noche. Pero si que puedo dar algunos detalles de alguna foto, que me impactó en mayor medida, o en la que el mensaje me viene a la mente, al ser más claro y directo.
Más adelante también explicaré alguna anécdota de la noche, con robo incluido, para señalar la abstracción delirante en la que me sumergí, y que me permitió crear algo tan especial a la vez de burdo y poco talentoso.

La cuna.


No se porque accedí a llevarme la camita de casa de Chumi. Había sido una molestia durante mucho tiempo, pero aquella noche me pareció la manera más indicada para representar el lugar donde pueden nacer y reposar  las ideas. Allí deposité a la criatura. La solidaridad nació en algún momento en la naturaleza, ya que es una habilidad que se puede encontrar en otros seres vivos. Ayuda a la supervivencia del grupo, al no tener todos los individuos las mismas cualidades, el ser diferentes les ayuda a subsistir ante las vicisitudes. Pero unirse a los que lo necesitan, cuando se mezcla con un pensamiento racional hace del ser humano algo muy diferente. Ese hermanamiento se convierte en una necesidad trascendental a la hora de avanzar como sociedad. Profundizar en esa idea fue a lo que le dediqué una noche entera. Poder transmitir lo que para mí representa, que espero de ella y lo frágil que puede ser si se hace un mal uso.

No disponía de muchas herramientas, pero al cabo de un rato ya estaba montada. A mí lo del mueble me viene de familia, así que no incidiré en si fue más o menos costoso. El hacerlo solo si que es un handicap al que me enfrento demasiadas veces. En este caso no trajo mayor consecuencia que un poco más de tiempo, pero en otras ocasiones me ha impedido llevar el proyecto a su finalización. Pero eso es tema para otro post, sigamos con la noche.


El alumbramiento

Con el receptáculo ya montado, ir metiendo las cosas que no iba a necesitar me pareció un juego muy divertido. ¿Por dónde empezaba? Durante los días que había estado en Valencia, pasé las noches en el coche, en una cama improvisada hecha a base de cojines de sofá y un edredón tamaño super. Si las cosas no tienen una base cómoda, no es fácil que prosperen. Como quien pone una semilla en buena tierra y riega abundantemente para que crezca,  yo dispuse mi abrigo nocturno como colchón improvisado y deposité el embrión en el cojín sobre el que había reposado mi cabeza en innumerables viajes. Tal vez mis pensamientos retenidos en sus tejidos esponjosos pudiesen parecerse al agua.


"Solidaritat", compañero fotográfico de muchos otros objetos esos días, aparece como por arte de magia, indefenso y solitario.

Solidaritat. 

Una recopilación de escritos de diferentes colaboradores se publicó por la editorial Antinea, en Vinaròs, bajo el título de "Solidaritat", para ayudar a una ONG. El hijo de Paco Castell, Pablo, me lo había regalado antes de iniciar mi viaje. Está escrito en castellano, catalán y valenciano. Hago la dualidad de denominación entre las lenguas no castellanas intentando evitar un conflicto imposible de esquivar. Si las separas por su nombre recibes todo el peso de los académicos que consideran su nacimiento común. Si las unes pasas a obviar sus diferencias que las hacen únicas. Para mí el escritor que dijese que escribió en valenciano se merece tanto respeto como el que indicaría que lo hizo en catalán. Pero lo explico como aviso a quien quiera leer el libro. De momento no existe la versión traducida, por lo que deberán utilizar otros medios para poder obtener lo que allí se expone sobre la solidaridad. Buscarse a un amigo catalán(o valenciano) puede ser una forma, para además de capturar todo el mensaje, de poder discutirlo.
No todos los que participaron escribieron sobre solidaridad, ya que algunos confunden que es eso. Pero en conjunto lograron una buena mezcla de interesante lectura.

En definitiva, que allí estaba solidaritat. Reposando en una cuna regalada por alguien que ya no la necesitaba. Yo la había podido montar gracias a que disponía de mi tiempo. Y así quedó preparada para volver a la vida, a ser útil de nuevo.


 La selección

 No, no quiero hablar aquí de esos que nos hicieron enviarles el corazón este verano para devolvérnoslo roto y quemado. Me refiero a la clasificación de mis pertenencias en tres grupos. Las que debía guardar, las que podía tirar y las que siendo útiles iba a depositar en la cuna para donarlas.
Entre las que guardaría iba a distinguir las que no me pertenecían, que las devolví posteriormente a sus dueños, y las que siendo mías las podía llevar a Londres o las dejaría en otro lugar a buen recaudo.
No tiene ningún sentido desprenderse de un prototipo que puede serte útil en un futuro. Y mucho menos cuando ese objeto lo han realizado alumnos de una taller-escuela en Benicarló. Todo el cariño que la gente ha puesto en esos proyectos no debe acabar en un contenedor. Separé en un principio el servilletero cargador y los devuelve notas electrónicos como iniciativas prioritarias. Los guardé en la "maleta de las ideas", junto al libro "el vendedor de tiempo", una interesante historia sobre un tipo que es capaz de encontrar la manera de con el tiempo de los demás conseguir el suyo propio. Ideas para conseguir tiempo, y como el tiempo es dinero, me dejó una maleta llena de ideas para conseguir dinero. Habré de ir a buscarlo cuando lo necesite, pensé.
Y hasta aquí llegó la primera fase de la separación por destino. Ya tenía lo importante guardado. Mi mente, lo único de lo que no me puede despojar ningún gobierno ni persona sin perjudicar mi integridad física, ya estaba lista para la siguiente etapa. Iba a consistir en apartar aquello necesario para viajar. Únicamente lo imprescindible, y dejar todo el resto para el disfrute de los interesados.




Hay una película de George Clooney, "Up in the air", en la que durante una charla introductoria a sus mítines explica un poco lo fácil que resulta moverse sin el apego a las cosas materiales. Al final si no tienes nada, hacer las maletas se convierte algo tan simple como elegir un par de camisas y punto. Más o menos es a lo que me dediqué durante la siguiente hora. Y duró tanto no por la cantidad de opciones, sino por las interrupciones que tuve en ese periodo.

Los visitantes


Si estás en medio de la calle, haciendo extravagancias, con todo un  montón de cosas desparramadas por el suelo, es normal que llames la atención. Recuerdo a varios transeúntes, preocupados por lo que hacía, pero en especial me referiré a tres de ellos. La cuna, como se puede ver en las imágenes, era bastante atractiva. Eso hizo que varias personas se interesasen por ella. En particular una señorita que intentó quedársela, a lo que por supuesto me negué. Le comuniqué con mucha amabilidad mi intención de regalarla, sí, pero al día siguiente, indicándole el lugar donde lo iba a realizar, y dándole por supuesto preferencia si iba a buscarla. 
Por la cara que puso al marcharse supe immediatamente que no estaba en sus intenciones durante el día siguiente trasladarse a ningún lugar para obtener algo que únicamente quería si lo conseguía al pie de su casa.
De otra persona recuerdo especialmente el haberle regalado la camisa que más me gustaba, de todas las que estaba escogiendo para mi maleta. La cuna no la podía dar porque iba a ser el transporte de las demás pertenencias, pero con la ropa  ese problema no existía. Dar lo que te sobra es fácil, pero cuando miró mi camisa supe que no iba a acompañarme en mi viaje a través del canal. Él, viendo que era una buena prenda no se atrevía a hacerme caso cuando le decía que tranquilo, que se la podía quedar. Pero tras varios intentos de devolverla, al final asintió y se la llevó.
Por último hablaré de la persona más entrañable de la noche. El viento que vino del oeste, le llamé. Era de los países del este, pero debía vivir al oeste de donde estaba yo situado. Y tuvo la generosidad de venir a hacerme compañía hasta tres veces. La primera a preguntar, la segunda a por lo que vio y le gustó, y la tercera por si acaso se había dejado algún lugar por mirar. Hasta después de llegar a Barcelona no me dí cuenta de todo lo que se había llevado durante esas tres visitas. Yo, inmerso en mis fotos no quería estar pendiente de la gente que miraba si algo les podía ser útil. Tan felizmente les decía que lo único que debían hacer era enseñármelo, para yo poder decidir si se lo podía dar o no. A mi nuevo amigo le indique incluso enseñándole donde estaban 20 euros y un móvil, que esas cosas si que las necesitaba revisar todavía, que de lo demás ya clasificado podía quedarse lo que quisiera.
Por supuesto al acabar la noche no estaban para poder revisar ninguna de las dos cosas, ni el disco duro extraible, ni ... bueno, ni. Pero cuando analizo como me sentí al ver como ante un acto de generosidad la gente puede actuar no puedo si no empatizar. Ves a un loco que te enseña 20 euros y un móvil, te deja allí solo ¿y no te lo llevas?. El loco eres tú. Había vuelto al rato, y otra vez un poco más tarde. A por algo que se le había olvidado supongo. Aparte de empatizar, con un estudio más profundo me gustaría apuntar que todo aquel que no protege lo que quiere no lo debe estimar tanto. Mi amigo, y espero que a estas alturas también vuestro, si se lo pudo llevar fue por mi falta de aprecio a lo material y al dinero. Tampoco las fotos que habían en el teléfono eran importantes para el montaje final de la performance, ni 20 euros la solución a mis problemas económicos.
Lo importante fue que no cambió mi estado de ánimo. Y seguí preparando las cosas para donarlas. Los sucesos de tu vida mientras estas siendo solidario no pueden afectar a tu percepción de la solidaridad en si misma. Si te pasan cosas malas por ser solidario no puedes culpabilizar el gesto y a partir de ese momento dejar de serlo. Eso ya no es solidaridad, llámalo de otra forma, pero si juegas a la solidaridad por el "Karma" que le pueda aportar a tu vida mal vamos. Me decepcionó la actitud del tipo y me enfadé conmigo mismo al principio, pero como he explicado, tras el análisis de la causa y encontrarla en mí, dejé de pensar en eso y proseguí metiendo más cosas en la cuna. Mientras lo hacía recordaba un cuento del libro "Solidaritat", que narraba justamente algo parecido. Un personaje, acoge a un indigente en su casa y le consigue trabajo. No quiero hacer un "spoiler" del libro, por lo que no contaré el final, pero si me lo recuerda mi encuentro nocturno con la indignidad ante la generosidad, os lo podréis imaginar.

La performance fotográfica


No quiero ser pesado contando todas las fotografías y que quise transmitir. Indicaré eso sí algunas claves.

  • La solidaridad creció y se hizo adolescente. Espero que la veamos llegar a la madurez, pero seguramente no en mi generación.
  • La naturaleza tal vez participe de la solidaridad con nosotros.
  • La solidaridad nos protege bajo su calidez.
  • Es la medicina que necesitamos para curar muchas dolencias de la sociedad
  • Primero se ha de vaciar la mente para poder meter nuevas ideas.
  • Lo que no nos pueden robar debe ser aquello en lo que basemos nuestra economía.
  •  El futuro viene de la mano de nuevas maneras de fabricar los artículos que necesitemos. Y de nuevos materiales.
  • Una nueva dirección debe olvidar antiguos traumas.
  • Quien soy, como soy y mi camino hasta aquí.
  • El poder y sus manipulaciones.
  • Reciclaje y futuro.
  •  La fragilidad de la solidaridad.
Y mucho más oculto y expuesto a la vez.



El final


Con todo ya recogido, vuelto a meter en el coche  lo necesario y en el improvisado carro todo lo donable inicié mi marcha.
Me gustaría deciros que durante la mañana pude llegar a la plaza en Valencia, que hice todo un espectáculo paseando con la cuna por las preciosas calles del centro y que se llevaron todo lo que quería donar. Pero de todo eso pasó solo lo último. Lo demás me fue imposible. Al arrancar mi camino, el peso que le pedí soportar a la solidaridad fue demasiado para ella y se rompió. Tuve que dejar la cuna al lado de un contenedor. El coche se quedó sin batería, y no lo pude arrancar. Pero como siempre, puedo decir que fue para bien. Primeramente porque lo que comprobé por la noche al volver a por mi coche, y ver que la cuna estaba vacia, es que da lo mismo donde dejes las cosas. Si son útiles la gente se las lleva.
 Dejaron incomprensiblemente unas tijeras y algo de basura. Lo dispuse todo de una manera concreta e hice la última fotografía. Y lo más importante del día fue haber ido a pie, arrastando una maleta llena de ropa, hasta el centro donde quería realizar la performance.
 No llegué allí con ella. Por la mañana temprano me encontré a Manu.  Estaba levantándose tras haberse cobijado del frío en un Bankia. Comenzamos a hablar, y le ofrecí la ropa que llevaba en la maleta. Cogió un jersey. Le gustó. Después se probó unos pantalones. Le venían grandes. Mi talla, una 48, no la ocupaba su menudo cuerpo. Él fue quién me indicó donde podía donar la maleta mejor que en la calle, y me llevo a un centro de día. Allí conocí a Carmen. Os puedo prometer que tras el breve encuentro con esa persona agradecí a mi amigo del este todos los acontecimientos que me habían hecho llegar a aquel lugar. Carmen, voluntaria en un centro de acogida diurna es de las personas que hacen que valga la pena luchar con ellas. Y no quiero alargarlo más, que se sale de la performance para adentrarse en el libro.